jueves, 11 de agosto de 2011

Llegada de Osvaldo Zubeldía, se comienza a gestar un equipo gigante

Enero de 1965, Plaza Constitución son las 8 de la mañana

Los andenes, desolados, denunciando la época de vacaciones. Como toda estación de gran envergadura, esta de Capital Federal constituye un gigantesco yunque forjador de esperanzas.

Allí está ese grupo pequeño que las ha depositado en La Plata. En un club con rica tradición futbolística. De prolongada trayectoria en el fútbol mayor. Cuyo nombre es piedra de toque para una automática, casi obligatoria, referencia a aquella delantera inolvidable: Lauri, Scopelli, Zozaya, Ferreira, Guaita. Porque entonces, la mayoría de los aficionados que peinaban canas, conservaban en sus retinas aquel fútbol de frac, galera y bastón. De deleite para aquel exigente público de la década del 30.
17 de Enero de 1965, Zubeldía ha firmado su primer contrato

Sin embargo, este grupo tiene otra idea. No la de reeditar aquella “belle epoque” de Estudiantes, aquel lirismo. Es que corren otros tiempos. Todavía cicatrizan las heridas del fracaso de 1958 en Suecia, que determinó una especie de posguerra futbolística. Todavía los dos grandes, River y Boca, se están sacudiendo los equívocos efectos de esa difusa aunque tan publicitada concepción de “fútbol espectáculo” que pergeñaron Liberti y Armando.

Este grupo, con declarada humildad, prepara otra tarea. No sabe de automóviles último modelo, tampoco piensa en el frac. Está dispuesto, desde el vamos, a reemplazarlo por el overol…

Osvaldo Zubeldía, ex jugador de Boca, Vélez, ex DT de la Selección y de Atlanta, es el conductor. Argentino Geronazzo, su ayudante de campo. Y por supuesto, jugadores. Carlos Salvador Bilardo, ex San Lorenzo y Deportivo Español, un aventajado estudiante de medicina, tanto que pocos meses después anteponía el título de doctor a su apellido, rindiendo la última materia mientras militaba en el planten albirrojo. Raúl Horacio Madero, ya médico, Marcos Conigliaro, Roberto Santiago y dos juveniles, Alberto José Poletti y Eduardo Luján Manera.

El grupo ya tiene La Plata a la vista. Tras poco más de una hora de viaje con tema excluyente: el fútbol. Enseguida, el corto trayecto desde 1 y 44 hasta la entrada al estadio de calle 55. El grupo “de Buenos Aires”, ha llegado.

Lo hizo desde distintos barrios de trabajo, de saludable rutina en las costumbres, de sacrificio. Y en La Plata aguarda la savia necesaria, la misma que nutre a Poletti y Manera, para dotar al resto de la juventud, del ímpetu, para transitar juntos una etapa inédita. Para inaugurar una escuela que hoy, a dieciocho años vista, mantiene resonante vigencia. Una escuela seguramente mucho más respetada ahora que por sus contemporáneos, durante la época de sus frutos más espectaculares.


¿Y eso qué es? ¿Una película?

Promedia la mañana platense. Es el viejo estadio estudiantil el grupo se entremezcla con otro de similares características, aunque de menor edad. Su conductor se llama Miguel Ubaldo Ignomiriello, quien con una base de férrea, insobornable disciplina dentro y fuera del campo, dirige a promesas juveniles. Poletti y Manera se suman a Aguirre Suárez, Malbernat, Pachamé, Bedogni, Echecopar, ·Tato” Medina, “Bambi” Flores, entre otros, y a dos goleadores de las inferiores que ya saben de las exigencias del debut en primera división: Eduardo “Bocha” Flores y Juan Ramón “Bruja” Verón.
Osvaldo Zubeldía y Ruben Lachaise

Zubeldía e Ignomiriello. La personalidad de los dos técnicos permite interrelación fluida desde el inicio. Días antes, en una mesa del buffet estudiantil en el estadio, habían hablado de planes futuros, prácticamente en un mismo lenguaje. Juntamente con Geronazzo, un estudioso del fútbol y con el preparador físico Jorge Kistenmacher, el mismo que logró reciénteme con Peñarol un título intercontintental.

Se ha establecido en este grupo una verdadera mancomunión en la forma de encarar las tareas. Todos sintonizan, en lo global, una misma onda futbolística. En ese sentido, el trabajo va a asentarse sobre cimientos muy firmes.

Es que las dos esperanzas confluyen. Zubeldía trabajará forjando el equipo base. En el otro laboratorio, Ignomiriello apuntaría la labor de la primera división con un semillero excepcional, con una “tercera que mata!, como la bautizará desde que surgió la intuitiva tribuna albirroja.

Ésa tercera, había salido subcampeona en 1964 y en 1965 se aprestaba a paladear el título. Para testimoniar la importancia de aquella tercera, puede apelarse al pintoresquismo de Carlos Bilardo, al recordar hoy una anécdota. “Cuando llegué a Estudiantes, me fui con unas pilchas muy brillosas, recién compradas, al hablar con el presidente Mangano. Estudiantes ofreció tanto, dijo Mangano. Y yo quiero tanto, contesté. Como no hubo acuerdo, Don Mariano me dijo: yo voy a ver la tercera que mata, usted piénselo y después me contesta… Yo estaba con un periodista platense y le dije que no había arreglado, que el presidente se había ido a ver una película y venía… él no entendía nada, hasta que le expliqué que el título de la película era algo así como tercera que mata… casi se muere de risa, y me aclaró que la que mataba era una tercera de fútbol. Entonces fui a la cancha y vi por primera vez a aquel equipo. Me acuerdo que en 1959 salimos campeones de tercera con San Lorenzo y no iba nadie… en cambio ellos llevaban a la cancha cualquier cantidad de gente…”

En esos juveniles, Ignomiriello inyectaría muy hondo el sentimiento de la disciplina, del trabjo intenso y sin pausas. Esos terceristas enriquecerían el plantel profesional. Con un ascenso paulatino a primera. Esperando que el árbol conceda el fruto a punto. Sin arrebatamientos. Para que la exigencia, en el momento justo, asegurara estabilidad en el fútbol mayor.


Se arma el laboratorio

Habría que esperar un par de años para la consagración de ese plantel, compuesto por la experiencia de los más veteranos como Bilardo y Madero, y aquellos terceristas que de la mano de Ignomiriello imponían una disciplina, un orden, una dinámica hasta entonces inédita en divisiones juveniles.

Nadie del grupo escatimó esfuerzo. Trabajaron denso con o sin lluvia. Hubo exigencia física dosificada pero muy intensa por parte de Kistenmacher; repetición hasta el cansancio de jugadas, previo pizarrón, para no dar ningún tipo de ventajas al rival de turno; tarea exclusiva con los arqueros para que supieran tanto en los tres palos como en las salidas, todo el repertorio de exigencias.
Septiembre de 1967, Zubeldía - Kistenmacher

Así, con humildad y sacrificio, con un equipo que también incluía el desvelo ante cualquier detalle del doctor Roberto Marelli, preocupado fundamentalmente por la elevación moral del plantel, con el inefable Lucho Elorga como kinesiólogo y otros, Estudiantes conformaba una escuela de futbolistas preparados como pocos para la competición. Donde las concentraciones prolongadas no limarían el espíritu de éxito, sino todo lo contrario. Donde tanto en lo táctico como en lo estratégico y además en lo técnico, habría repertorio suficiente para cubrir en forma total, a fondo, cada centímetro de un campo de juego. Donde la línea del offside aparecería por primera vez con todo éxito, llegando luego a universalizarse como recurso, aún para los más renuentes a apelar a ese tipo de respuesta defensiva. Una escuela donde también cada pelota parada iba a implicar un desperdicio siempre y cuando lo motivaran las limitaciones técnicas de quien las jugara, y nunca la negligencia.

Ese viaje desde Plaza Constitución, tan esperanzado, no había sido en vano. Los intercambios de opiniones entre apasionados del fútbol –a veces airados- en el interior del tren tampoco. La idea futbolística de Osvaldo Juan Zubeldía, ese laboratorio montado en enero de 1965 con excelente correlato en el otro que desvelaba a Miguel Ubaldo Ignomiriello, aun considerando la diferencia de matices en las concepciones futbolísticas de ambos entrenadores, iba a registrar resultados de singular estatura.

Entre otros, éste que hoy recuerda Ignomiriello: “Un plantel de buena fe de Estudiantes para la Libertadores tuvo nada menos que veintiún jugadores surgidos del club, sobre un total de veinticinco…”

Esa escuela de fútbol llevó casi al delirio a una mitad de aficionados platenses y resultó vital para la enseñanza de generaciones venideras de futbolistas.


Fuente: "De Zubeldía a Bilardo" de 1983, de diario El Día


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4 comentarios :

  1. Muy buen posteo, como los que nos tenes acostumbrado...

    Abrazo y que siga creciendo el blog como lo esta haciendo..

    Leo Ibarguren

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  2. mazy!

    una joya este post.
    magnífico.

    gracias por tu laburo!

    El nacimiento de una era.

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  3. Gracias Inkisidor y Leobar!

    Yo creo que nuestra historia se debería dar en las escuelas primarias... Por lo menos de La Plata...

    Un abrazo!

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  4. Grande capo!! Pero falto algo que me conto un tio una vez. y es que Osvaldo los reunio a todos los jugadores las 5 de la mañana en Constitucion, ahi se conocieron; a zubeldia lo habian llamado para salvar a Estudiantes del descenso, entonces cuando llego como ala media hora. Lo primero que les dijo fue:
    - ¿Vieron a esas personas abrigadas caminando llendo a trabajar?, bueno esos si se rompen el lomo, ustedes no, miren la linda vida que tienen, son jugadores de futbol!
    Y ahi arranco todo, la gloriosa historia que conosemos! Un maestro Zubeldia!!!!

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