martes, 27 de septiembre de 2011

City Bell, un laboratorio con más hombres que fórmulas - Parte 3

Tapa del libro
Dejo la 3era parte del texto escrito por Osvaldo Ardizzone. Recomiendo leer antes la Parte 1 y Parte 2.
En unos días subo la 4ta y última parte.



La conversión de Madero

Vale la pena detenerse en este singular integrante del grupo Estudiantes, con quien mantengo una amistad muy fina. Raúl no era “Estudiantes” –Nuevo, Estudiantes-Zubeldía-Bilardo. Estaba en los planteles de Estudiantes desde antes y siempre había destacado su refinada capacidad de jugador y sus “raptos” culturales, asociados a la ciencia y el arte, en especial, la música y más en general, el piano… Madero era entonces, a la llegada de “las hordas” de Zubeldía, un pisador, de muy buen manejo y de mejor pegada, sobre todo, para la larga… Por eso, cuando comienzan los planes ásperos, la formación del equipo desde atrás hacia adelante, con más tendencia a la marca, se producen las primeras fricciones entre ambas “filosofías”. Y, como en aquellos comienzos, la tribuna y, principalmente, la platea de Estudiantes seguía evocando el bleizer con alamares que usaron Lauro Scopelli, Zozaya, Nelo y Guaita, Raúl Madero, universitario, era como un líder de la oposición al anti-fútbol de Zubeldía y sus fuerzas bárbaras de la destrucción. Entonces, sutilmente, Osvaldo incluía a Madero en los partidos en que Estudiantes era local y a Pachamé cuando era visitante. Hasta que la vida en común produce el milagro. Y más lo advertí yo que, con frecuencia, mantenía largas charlas con Raúl. De tal manera que fui un testigo casi cronológico de su metamorfosis. Sin la más minúscula pretensión de establecer paralelos entre el Olimpo de Beethoven y la cortada de Carabelas del Gordo Trolio, esa era la actitud de Madero frente a muchos aspectos de la vida cotidiana, de la trascendente y la de las cosas más simples.

Madero, Zubeldía y Togneri
Y esa era “la problemática” de nuestras charlas en el cautiverio vegetal de City Bell… Lo popular, lo clásico, la vida del intelecto, la de todos los días. “El haiga” del Beto Menéndez contra “el haya” de Silvina Bullrich. Por eso, nunca olvidaré aquella escena tan elocuente, cuando después de la consagración en Old Strafford, sentado al piano del hotel, Raúl interpretó los acordes de La Cumparsita. No me refiero a la riqueza musical del tema de Matos Rodríguez –que podría cuestionarse- sino al simbolismo popular que encierra. Raúl Madero no había “postergado” al Beethoven de su admirada Quinta Sinfonía al sonar las notas tangueras de La Cumparsita, sino que pretendía exteriorizar “musicalmente” su conversión. Y, ese fenómeno fue más elocuente cuando decidió retirarse del fútbol como jugador y –sobre todo- como jugador de Estudiantes. No recuerdo la fecha con exactitud –le transfiero la responsabilidad a Madero- pero confieso que fue una de las escenas más emotivas que conservó en mis anaqueles de los recuerdos del hombre y del deportista, más del primero –que es el gran protagonista, que del segundo-.

Un mediodía en City Bell. Una mesa larga. Todo el plantel, algunos dirigentes, algunos periodistas, algunos amigos. Gasta que en medio del bullicio de las voces y las risas, la voz de Raúl invocó el silencio… Fue la confesión de un hombre que desnuda el corazón frente a los que fueron sus compañeros durante una empresa que duró un largo tiempo y que posibilitó el triunfo de una filosofía de vida –incluso deportiva- que necesitó del fenómenos comunitario para lograrlo a despecho de las críticas, de las hostilidades, de los enemigos… “Ahora en el trece obligado de abandonar esta profesión que seguiré queriendo hasta el fin de mi vida, quiero darle las gracias a todos, justamente, porque me enseñaron a comprendes muchas de las cosas que antes de compartir las horas con ustedes me eran inaccesibles… Con ustedes crecí como ser humano y comprendí que es jugarse por alguien o por algo…” No doy fe de la fidelidad textual de las palabras que pronunció Madero, pero sí puedo asegurar que ése fue el fondo conmovido de la intención… Hasta que, en ese silencio que anudaba las gargantas de todos, llegó el final de Raúl con la voz quebrada por un gracias quebrado por un sollozo… “Ustedes me enseñaron a vivir”. No sé si hasta tanto llegó el mérito de aquel grupo que fundó Zubeldía en los amaneceres todavía indecisos del Bosque, pero incursionó en la mente y en el corazón de los hombres…
Verón, Pachamé , Flores, Zubeldía y Ribaudo

Logró esclarecer que el hombre condenado al individualismo no alcanzará nunca los objetivos… Que una actitud en La Vida se prolonga en la cancha. ¿Los excesos, los desbordes? Sí, seguramente existieron, pero, aunque no entra en el capítulo periodístico histórico, que me han asignado, le dedicaré algunas líneas sobre el final. Por ahora, seguiré o concluiré con lo más estrictamente narrativo…



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1 comentario :

  1. Raúl Horacio Madero fue probablemente el más talentoso jugador de Estudiantes después de Juan Ramón Verón. Si bien era un defensa central, poseía una gran clase y una elegancia innata dentro y fuera de la cancha. En aquellos años, muchos jugadores pincharratas eran elementos muy recios y aguerridos, por lo tanto la clase de Madero y de Verón complementaba a la perfección aquel conjunto legendario.

    Luca Gandini (Italia)

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