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Tapa del libro |
En unos días subo la 4ta y última parte.
La conversión de Madero
Vale la pena detenerse en este singular integrante del grupo Estudiantes, con quien mantengo una amistad muy fina. Raúl no era “Estudiantes” –Nuevo, Estudiantes-Zubeldía-Bilardo. Estaba en los planteles de Estudiantes desde antes y siempre había destacado su refinada capacidad de jugador y sus “raptos” culturales, asociados a la ciencia y el arte, en especial, la música y más en general, el piano… Madero era entonces, a la llegada de “las hordas” de Zubeldía, un pisador, de muy buen manejo y de mejor pegada, sobre todo, para la larga… Por eso, cuando comienzan los planes ásperos, la formación del equipo desde atrás hacia adelante, con más tendencia a la marca, se producen las primeras fricciones entre ambas “filosofías”. Y, como en aquellos comienzos, la tribuna y, principalmente, la platea de Estudiantes seguía evocando el bleizer con alamares que usaron Lauro Scopelli, Zozaya, Nelo y Guaita, Raúl Madero, universitario, era como un líder de la oposición al anti-fútbol de Zubeldía y sus fuerzas bárbaras de la destrucción. Entonces, sutilmente, Osvaldo incluía a Madero en los partidos en que Estudiantes era local y a Pachamé cuando era visitante. Hasta que la vida en común produce el milagro. Y más lo advertí yo que, con frecuencia, mantenía largas charlas con Raúl. De tal manera que fui un testigo casi cronológico de su metamorfosis. Sin la más minúscula pretensión de establecer paralelos entre el Olimpo de Beethoven y la cortada de Carabelas del Gordo Trolio, esa era la actitud de Madero frente a muchos aspectos de la vida cotidiana, de la trascendente y la de las cosas más simples.